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“Pete Kelly” (Terapia de grupo)

El empeño en mantener unida a la banda, las pugnas y desavenencias entre sus miembros, el abandono por parte de alguna o alguno de ellos con deseos de prosperar en otra formación… La tensión de las sesiones de grabación, el sudor de los directos, las largas esperas en los antros, el ritmo acelerado de ciertos saraos, la ‘mala vida’ nocturna… La complicidad con el público, la ausencia de complicidad con el público, la empatía con algunos empresarios o contratantes, o bien la absoluta infravaloración e incomprensión de otros, de quienes “conseguir cinco dólares cuesta más que sacarles la misma cantidad de muelas…”.

Todo esto, entre otras muchas cosas, podría formar parte del currículo vital de cualquier ensamble musical, sea del estilo que sea, en cualquier parte del mundo. Son tantas las dificultades que, tal vez, alguien podría llegar a pensar que una componente masoquista forma parte de la cadena genética de cada uno de los intérpretes. Probablemente no tenga nada que ver con el ácido desoxirribonucleico… Más romántico es imaginar a la víctima de una tempestad agarrarse a una pasión, y en esa visión comprobar que víctimas de otros naufragios van sujetas al mismo madero, bogando hacia una tierra firme que no saben cuándo avistarán, ni siquiera si llegarán a hacerlo alguna vez, lo cual, en el fondo, les trae sin cuidado… Así, a pesar de los conflictos, parece que las satisfacciones inclinan la balanza hacia el lado placentero del asunto.

A veces nos empeñamos en enredar cosas que ya son suficientemente complicadas de por sí…, cosas como la vida, por ejemplo, cuando quizás lo que deberíamos hacer es tratar de mitigar las turbulencias a las que nos somete durante su curso. En la música, como en cualquier otra disciplina, posiblemente todo gire en torno a lo mismo: vivir, con toda su complejidad, sencillamente… Wynton Marsalis describe así su ‘tabla de salvación: “La música Jazz celebra la vida, la vida humana, en todo su significado, su absurdo, su ignorancia, su grandeza, su inteligencia, su sexualidad, su profundidad. Trata de la vida, sobre todo, trata de la vida”.

Jack Webb y Martín Milner. Escena del film "Pete Kelly’s Blues" -1955- (imagen extraída de: http://www.badge714.org/dragraul.htm)

Jack Webb y Martin Milner. Escena del film «Pete Kelly’s Blues» -1955- (imagen extraída de: http://www.badge714.org/dragraul.htm)

Durante ‘los locos veinte’, la existencia de una formación de Jazz en ciudades como Nueva York o Chicago no era precisamente un camino de rosas. A los obstáculos comunes se añadía la tensión de los años de la Prohibición y la presión de La Mafia, cuyos tentáculos alcanzaban también Kansas City. Allí era donde, en 1927, el trompetista Pete Kelly y sus Big Seven desarrollaban su estilo Dixieland, y allí donde se toparon con Fran McCarg, brazo de un poderoso gánster de la ciudad, quien pretendía hacerse con el monopolio de la representación de todos los grupos del circuito del Jazz en la zona. Ante la negativa de la banda en aceptar dicha representación a cambio de un abusivo veinticinco por ciento de comisión, la respuesta por parte de McCarg fue la dura represalia que pagaría Joey Firestone, el batería de los Big Seven… Una intrigante historia sobre hombres, sobre mujeres, de amor, de amistad, de lealtad, de chantajes, de pistolas, de alcohol y de Jazz. En definitiva, una historia sobre la vida que bien pudo ser real en la Norteamérica de aquél 1927.

Los Blues de Pete Kelly (Pete Kelly’s Blues) es una película de 1955 dirigida y protagonizada por Jack Webb. Está basada en el serial radiofónico del mismo título creado por el escritor Richard L. Breen, en el que el citado actor y director encarnaba asimismo el papel protagonista. Emitido por la National Broadcasting Company (NBC) durante tres meses de 1951, inspiró a Webb la idea de llevarlo a la gran pantalla cuatro años más tarde, movido por su gran interés y admiración por la música.

Ambientada en los tugurios de Kansas City, uno de los platos más fuertes de la película es su suculenta banda sonora, grabada por afamados músicos de sesión de la época, de cuyo menú se pueden degustar estándares como Bye, Bye, Blackbird (Henderson, R. y Dixon, M., 1926), Somebody Loves Me (Gershwin, G., 1924), o He Needs Me (Hamilton, A., 1953 -¿?-), entre otros.

Janet Leigh interpreta el papel de la excéntrica Ivy Conrad, centro de uno de los números más divertidos de la película, cantando I’m Gonna Meet My Sweetie Now (Greer, J. y Davis, B., 1927).

Por su parte, Peggy Lee es Rose Hopkins en la cinta, una vocalista dominada por la bebida que, antes de terminar ingresada en un hospital psiquiátrico, aportaba su voz en algunas de las actuaciones de Pete Kelly & His Big Seven, por ejemplo, interpretando Sugar (Pinkard, M., Alexander, E. y Mitchell. S. D., 1926).

Ella Fitzgerald contribuye con un par de guindas en el redondeo de la tarta, haciendo de Maggie Jackson en un cameo de excepción con el que inmortaliza, por ejemplo, Hard Hearted Hannah (Ager, M., Yellen, J., Bigelow, B. y Bates, C., 1924).

Salud y brassa!!!

Fuentes:

– Burns, K. (2000). Jazz: A film by Ken Burns [TV Documentary]. 1320 Braddock Place, Alexandria, Virginia: Florentine Films. PBS Home Video.

http://en.wikipedia.org/wiki/Pete_Kelly%27s_Blues_(radio_series) [Accessed January 2013].

– Webb, J. (Dir.) (1955). Pete Kelly’s Blues [Film]. USA: Mark VII Ltd. & Warner Bros. Pictures.


Cakewalk (Tabla de ejercicios para rehabilitación postraumática)

Estaban esclavizados en las plantaciones y eran testigos de las fastuosas fiestas que organizaban los “propietarios”, quienes bailaban al son de minuetos procedentes de la música europea. La costumbre era desfilar por parejas, una detrás de otra. En un momento determinado se separaban los hombres de las mujeres quedando dos filas, una por género, las cuales se volvían a emparejar en el centro del salón después de dar un rodeo exterior. El ritual era visto con simpatía por los esclavos. Pero su condición no les privaba de la sátira, y comenzaron a imitar a los “amos” exagerando sus movimientos, caminando muy estirados e inclinados hacia atrás. Extendiéndose por los Estados sureños, la mofa se puso de moda hacia mediados del siglo XIX y fue bautizada con el nombre de Cakewalk debido a que, en ocasiones, se celebraban concursos en los que los mejores bailarines eran premiados con una tarta.

Es sólo una de las teorías existentes acerca del origen de este baile. Hay quien sostiene que está emparentado con las Gigas de la tradición celta; otros tratan de encontrar sus raíces en África; otros defienden que nace hermanado con el Ragtime… Lo que parece seguro es que en las plantaciones se practicaba a ritmo de banjo. Y parece cierto también que cuando surgió el Ragtime el personal se divertía bailando las piezas de ese modo.

Uno de esos Rags era At a Georgia Camp Meeting, compuesto por Kerry Mills en 1897. En él se describe una romería campestre en la que gente de todo pelaje disfruta al son de las melodías de una Brass Band, y se hace alusión a un “paseo hasta una tarta de chocolate”.

Con una edad hoy de ciento quince años, este tema se convirtió en uno de los más populares del repertorio Dixieland. Sidney Bechet lo grabó en 1950 con The New Orleans Feetwarmers.

Salud y brassa!!!

Fuente:

– http://en.wikipedia.org/wiki/Cakewalk [Accessed November 2012].


Second line umbrellas (Crema. Protección UVA/UVB)

La ancestral multiculturalidad que caracteriza Nueva Orleans la hace una ciudad muy rica en tradiciones, como su manera única en el mundo de celebrar los funerales. El Jazz Funeral data de los primeros años del siglo XIX, cuando la gente de color [negro], esclavos y no esclavos, aunaban sus esfuerzos y los pocos recursos con que contaban para proporcionar al muerto un entierro digno.

Desde aquellos años, en la formación de la procesión se sitúan en la “primera línea” los familiares del difunto seguidos de la Jazz Band, detrás de la cual caminan el resto de personas no familiares: la “segunda línea”. Tradicionalmente, la Second Line se caracteriza por los accesorios de sus componentes: abanicos, pañuelos y sombrillas, todos ellos necesarios para paliar los rigores del cálido clima sureño durante el, a menudo, largo camino al cementerio.

En el viaje de ida el paso es calmado, al ritmo lento de la marcha fúnebre interpretada por la banda. Una vez enterrado el difunto, una llamada de la corneta indica al personal el cambio de ritmo. Entonces, toda la procesión celebra la vida llevada por el finado y baila animada para ayudar a liberar su alma desplegando todo el attrezzo, agitando pañuelos y abanicos y haciendo girar las sombrillas de colores.

Sin dejar de ser un elemento imprescindible en los funerales, con el paso del tiempo, las sombrillas se han convertido en el símbolo dominante de cualquier celebración en la ciudad: el Mardi Gras, bodas, graduaciones universitarias, aniversarios, jubilaciones, eventos deportivos, etc. Lo que comenzó siendo la respuesta a una necesidad se ha convertido en el reflejo de un estilo personal y una actitud ante la vida que parece decir: Let the good times roll!!!

Una escena de la primera película de la saga de 007, Vive y deja morir (1973), retrata un Jazz Funeral que pone los pelos de punta. El tema que suena es Just a closer walk with Thee, canción del Gospel tradicional muy frecuentemente interpretada en estos actos.

Una versión muy recomendable de Just a closer walk with Thee se encuentra en el disco grabado en directo (precisamente en Nueva Orleans) Wynton Marsalis & Eric Clapton play the blues (2011). Dos monstruos rodeados por una espectacular banda de Dixieland.

Salud y brassa!!!

Fuente:

– http://www.secondlineumbrella.com/ [Accessed October 2012].